mi niño muere en la playa partido por un rayo
y yo tengo un Dólar de plata atravesado en las piernas
con todo el ímpetu necesario para callarme;
tijeras, cremas, fragancias,
alcohol, tabaco y vigilia ya no son útiles
nada alcanza porque nada resucita,
ni el encendedor dorado que arrojé contra la biblioteca
torciendo la tapa de su fuego ahora muerto,
caído entre revistas y dioses edulcorantes
enfoco mi vista hacia la costa nuevamente:
un enjambre de ángeles rubios
-inverosímiles e imbéciles-
arropa el alma de mi niño con prendas de moda
llevándolo entre mieles y almíbar:
curan a mi niño
arropan a mi niño
abrazan a mi niño
elevan a mi niño montando un rayo
arropa el alma de mi niño con prendas de moda
llevándolo entre mieles y almíbar:
curan a mi niño
arropan a mi niño
abrazan a mi niño
elevan a mi niño montando un rayo
(de "Arrebatos del Epígrafo")
(El 9 de enero de 2014, por la tarde, un rayo cayó en Villa Gesell y produjo la muerte de cuatro jóvenes: Nicolás Ellena (19), de Junín; Agustín Irustía (17), de San Luis; Gabriel Rodríguez (20), de Henderson; Priscila Ochoa (16), de San Luis.
Escuché la terrible noticia de manera incompleta por radio AM, en mi departamento de La Plata; percibí que un niño pudo morir en el accidente, y escribí este poema en forma inmediata, guiado por un profundo sentimiento de injusticia, bronca e impotencia. Murieron cuatro niños, lo eran de sus padres. Todos lo somos.
Un rayo nos trae, un rayo nos lleva: ¿acorde o contradictoria Divinidad?)